Siempre he pensado que las lágrimas sabían a sal.
Ahora, sé que me equivoco.
Las lágrimas saben a desesperanza.
A odio. A tristeza, a derrota. A represión, frustración.
A negación, a desesperación.
Ya no creo que existan lágrimas de felicidad.
Incluso esas llevan dentro su propia amargura.
Y ese sabor amargo es el que lloran hoy mis lágrimas.
Pero no son de felicidad, son de desesperanza, odio, derrota,
tristeza, desesperación.
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